…y mediado el viento que pasa como un cuchillo…
OJOS DE MOYA | Cuenca
y Carboneras de Guadazaón recuerdan este domingo la figura del poeta y
sacerdote Carlos de la Rica, fallecido ahora hace 2o años
Hace ya veinte años que murió Carlos
de la Rica. El 3 de septiembre de 1997 fallecía en la Casa Sacerdotal de Cuenca
uno de los animadores más fecundos de la cultura española comprendida en los
tres últimos lustros del periodo franquista y aquellos otros en los que se iba
consolidando nuestra democracia alcanzando su conformación en esos años
posteriores dominados por los profundos cambios dictados por un gobierno
socialista, conjurado con eficacia el escollo de la intentona militar golpista,
hasta la asunción normalizada de un desgaste de aquel gobierno implantándose un
equipo ministerial de signo contrario y que ejemplarmente inició la alternancia
democrática. En todo este tiempo, Carlos de la Rica siempre mantuvo en ascuas
su dialogante voz al hilo de los acontecimientos (Amador Palacios - Diario ABC
)
Carlos de la Rinca nació
"accidentalmente" en Asturias, su familia vivió en Cuenca desde que
él sólo contaba con dos años de edad. Estudió en Cuenca, en el Seminario de San
Julián, y se ordenó sacerdote en 1956.
Fue párroco en el pueblo de Carboneras de
Guadazaón y su comarca, un importante enclave histórico e industrial en el
conquense señorío de Moya, y se involucró activamente en los movimientos
sociales de oposición al régimen franquista. Asimismo apoyó el reformismo del
Concilio Vaticano II.
En el aspecto literario, se comprometió en el
postismo junto con sus amigos los poetas Ángel Crespo, Gabino Alejandro
Carriedo y Federico Muelas. Colaboró en las revistas Deucalión y El Pájaro de
Paja, participando en el llamado realismo mágico rompiendo con la llamada
"poesía sacerdotal". Por entonces escribió Ciudadela, publicada muy
posteriormente en 1995, y La Casa (1960).
En los sesenta, su empleo de los grandes mitos
del clasicismo griego y de la vanguardia en su poesía política -el realismo
mitológico- fracturó casi definitivamente sus relaciones con los poetas sociales
de la época, que no admitían ninguna vocación humanística, fuera de su carácter
creyente, su confeso monarquismo y su apoyo a la causa israelí. Sin embargo, su
compromiso social tampoco hizo que fuera aceptado por los culturalistas
"venecianos" o "novísimos" del 68; ese sesgo se aprecia
claramente en Edipo el rey (1965) y Poemas junto a un pueblo (1977).
En sus últimos años Carlos de la Rica volvió a
sus raíces vanguardistas en Poemas de amar y pasar (1982) y su Oficio de
alquimista (1995), que se completó con ese gigantesco homenaje a la cultura
clásica grecolatina y judeocristiana que fueron sus Juegos del Mediterráneo,
publicado póstumo.
Sentios al humo / parecidos: amantes
/ que hacia el fondo / flotáis corriendo / de los lechos. / Y mediando el viento
/ que pasa como un cuchillo / y nunca logra si éste / o aquél es el / otro cuerpo. Amantes / Carlos de la Rica