Diario de guerra de Domingo Evangelio: de Villora al campo de batalla
De los campos de la Serranía Baja de Cuenca al campo
de batalla. Como miles de jóvenes que cumplían con la Patria durante el verano
de 1936, Domingo Evangelio Guaita fue obligado a luchar contra quienes hasta ese momento consideraba sus
compatriotas. Domingo nunca contó a los suyos los padecimientos que sufrió
durante esos tres angustiosos años, y soportó con entereza el rechazo de sus
vecinos y algunos parientes al volver a su pueblo como rojo vencido. Pero
guardaba en un cajón el registro de los oscuros episodios de su odisea, porque
adoptó la costumbre de escribir en una libreta los acontecimientos más
señalados de cada jornada, gran parte de ellos marcados por la sangre, la
muerte, el miedo y el hambre.
Esos testimonios son la base de Un barbero en la
guerra (Lumen, 2024) novela ilustrada de su nieta María Herreros (Valencia,
1983), que tras años de dudas decidió que vieran la luz. «La historia de mi
abuelo Domingo es la mirada de una persona humilde de pueblo que se ve
arrastrada a una guerra fratricida», dice Herreros en el epílogo. «No hay en
ella épica ni grandes sentimientos honrosos sobre batallas. Hay miedo, muerte y
platos de judías derramadas. Muestra la guerra tal y como es, una brecha
violenta en la vida de todas las personas que quieren besarse bajo las parras,
no perder la vida en una cuneta».
"El diario de guerra de Domingo Evangelio
permaneció oculto hasta su muerte, en 2005, cuando contaba 88 años de edad.
Herreros captó enseguida el valor testimonial que encerraba"
El diario de guerra de Domingo Evangelio permaneció
oculto hasta su muerte, en 2005, cuando contaba 88 años de edad. Herreros captó
enseguida el valor testimonial que encerraba pero por respeto a la intimidad de
su abuelo lo único que hizo fue entrar en contacto con el Ministerio de
Cultura, en 2010 con el fin de que el documento se añadiera a los archivos
nacionales. Poco después la Ley de Memoria Histórica fue derogada por el
gobierno de Rajoy y el proceso se paralizó. Consciente de que solo dependía de
ella difundir los recuerdos de su abuelo, utilizó algunos fragmentos en la
composición de un mural durante una residencia artística en el verano de 2019
en un castillo de Pressigny Les Pins (Francia), cuyas caballerizas acogieron
refugiados de la Guerra Civil. En 2023, durante un encuentro con la editora de
Lumen se fraguó este libro ilustrado en el que Herreros invirtió año y medio de
trabajo, una gran ilusión y también alguna lágrima.
Combinando los recuerdos de los veranos de su infancia en Víllora, el pequeño pueblo de
Cuenca de su familia, párrafos del diario de su abuelo y algunas cartas de amor
que envió a su novia, teje un relato entre tierno y cruel que abarca desde 1936
a 1990 y que llega directamente al corazón por la verdad que encierra.
Fotografías antiguas en blanco y negro de bordes dentados se alternan con sus
ilustraciones, cuyo colorido contrasta con el horror que destila la historia.
Tras leer este libro es inevitable sentir simpatía
por Domingo Evangelio. Su nieta lo retrata en el último tramo de su vida como
un hombre de pocas palabras que nunca iba a cazar al monte con sus paisanos ni
de tertulia al bar de Etelvina. Prefería caminar solo por el campo, repartir
entre los animales peladuras de las frutas y verduras, su alimento preferido, y
recoger plantas que luego regalaba a las mujeres del pueblo. Uno de los días
más tristes de esa etapa fue cuando un camión atropelló a Fidelio su perro
preferido y no tuvo más remedio que matarlo con su vieja escopeta. Callado y
solitario, sí, pero no taciturno ni bicho raro. Le gustaba cantar María de la
O, les compraba a sus nietos las chuches más caras, invitaba a sus paisanos y
le chiflaba ir a votar cada cuatro años.
"Con sencillez y sin dramatismos relata su
odisea desde que fue acuartelado con sus compañeros en un clima de
incertidumbre y temor, hasta su partida hacia el frente de Teruel"
Un derecho que se había ganado a pulso tras entregar
cinco años de su vida a la Patria: ocho meses de servicio militar con la II
República, 30 meses en la guerra y otros 22 meses más en la España de Franco,
en el Regimiento de Caballería nº 4 en Badajoz. En esa ciudad fue testigo de
las numerosas ejecuciones que se llevaron a cabo en el albero de la plaza de
toros y en las prisiones. Según contabilizó en su diario, a lo largo de 22
meses se produjeron una media de cuatro muertes diarias. Corría el año 1941.
El diario se inicia en el verano de 1936 cuando
Domingo hacía la mili en el Regimiento de Artillería nº5 de Valencia mientras
esperaba emocionado un permiso en agosto para asistir a las fiestas de su
pueblo y pedirle la mano a su novia Rosa. El estallido de la guerra frustró sus
planes y convirtió la fiesta y el amor en un tormento. Tenía 19 años. Con
sencillez y sin dramatismos relata su odisea desde que fue acuartelado con sus
compañeros en un clima de incertidumbre y temor, hasta su partida hacia el frente
de Teruel en la Columna de Hierro, junto a carabineros y prisioneros
excarcelados del Monasterio de San Miguel de los Reyes, y hasta el fin de la
contienda.
A lo largo de la travesía por tierras de Castellón
hacia Teruel presenció todo tipo de atrocidades. Ejecuciones masivas en el
cementerio de La Puebla de Valverde, batallas aéreas en la que un caza herido
se lanzó en plan kamikaze contra un enemigo, suicidios encadenados en el puente
de Teruel, violaciones de chiquillas, sabotaje con municiones trucadas,
ventiscas y heladas que acabaron con la vida de muchos hombres y de todas las
mulas que acarreaban los cañones. «El primer mes en el frente fue horroroso,
puesto que ninguno de los que estábamos allí sabíamos nada de la guerra»,
escribió en su libreta, fiel compañera en la que se desahogaba. «Lo peor eran
las noches. Por cualquier cosa, un ruido extraño, una voz, la infantería estaba
ya en primera línea y no cesaban los tiroteos de una parte y de otra».
"Historias similares a la de Domingo Evangelio
Guaita existen en casi todas las familias bajo el riesgo de ser arrasadas por
la apisonadora del tiempo"
En medio del espanto, gracias a esa increíble
capacidad del ser humano para sobreponerse a sus propios límites, también hubo algún interludio agradable. Los bailes
que se celebraban en Mora de Rubielos, jugar con los piojos que les invadían la
ropa, o cuidar de una gallina y un pollo que adoptaron con los nombres de
Libertad y Pasionaria. Comer ratones, incluso un gato con lentejas ayudaba a
engañar el hambre perpetua que sufrían. Domingo combinaba su tarea como
apuntador de artillería con el oficio que aprendió muy joven, y afeitaba a los
oficiales y algunos guripas. Cuentan que en la pequeña barbería que montó en su
pueblo, espacio reservado a las tertulias masculinas, siempre defendía a las
mujeres cuando sus maridos las criticaban. No sufrió heridas en campaña pero
contrajo tuberculosis y las inyecciones le infectaron una pierna que estuvo a
punto de perder. Los últimos años lo destinaron a la zona central en Toledo y
Aranjuez.
La guerra finalizó oficialmente el 28 de marzo de
1939 pero el peligro no había cesado para los miembros de las «fuerzas del
pueblo», como Domingo denominaba a los suyos, en contraposición a las «fuerzas
del ejército» de Franco. Comenzó la segunda parte de su odisea, regresar
indemne a Víllora, mientras los nacionales seguían hostigando a las tropas
republicanas con bombardeos y octavillas intimidantes: «Soldados rojos.
Vuestros cadáveres serán enterrados en las fosas de las bombas que tira la
aviación. Arriba España». Fue una angustiosa travesía que realizó en parte a
pie, y ya en Valencia presenció una escena terrorífica cerca de las Torres de
Quart cuando un joven encapotado hizo estallar unas granadas de mano al ser acosado
por un grupo falangistas y todos saltaron por los aires.
Historias similares a la de Domingo Evangelio Guaita
existen en casi todas las familias bajo el riesgo de ser arrasadas por la
apisonadora del tiempo. Cuántos jóvenes ignoran quién era Franco. Libros como
este contribuyen a preservar una memoria
imprescindible para evitar los errores del pasado y por su diseño
resulta una lectura óptima para las últimas generaciones de españoles, pues
transmite todo el horror de la guerra con honestidad, realismo. Sin paños
calientes.
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