Landete inaugura el Museo del Pintor Torrent
OJOS DE MOYA | El pasado 11 de agosto la localidad
conquense rindió homenaje a la figura del artista
WENCESLAO RAMBLA | Vicerrector de Cultura, Extensión
Universitaria y Relaciones Institucionales de la Universitat Jaume I
Conocí a Raúl Torrent
cuando, a través de un amigo común, el pintor y galerista Sebastián
Planchadell, contactó conmigo para que le hiciera una foto de una obra suya con
que ilustrar el catálogo y cartel de una exposición que iba a presentar en la
galería Vermell. Supe después que era el padre de Rosalía, a quien conocía de
muchos años antes y a la que me une una gran amistad e intereses profesionales.
Tuve que ir a su estudio
y fotografiar un autorretrato suyo cuya imagen, recuerdo ahora, llevaba un
sombrerito de paja de aquellos finolis de los años 30. Pero no fue esto lo que
me llamó la atención, sino la fuerza pictórica que emanaba de la pastosa y texturada
geografía rostral y que impulsaba a ir más allá de la propia imagen: a la
inquietante personalidad del artista.
Conocí a Raúl Torrent
cuando, a través de un amigo común, el pintor y galerista Sebastián Planchadell,
contactó conmigo para que le hiciera una foto de una obra suya con que ilustrar
el catálogo y cartel de una exposición que iba a presentar en la galería
Vermell. Supe después que era el padre de Rosalía, a quien conocía de muchos
años antes y a la que me une una gran amistad e intereses profesionales.
Tuve que ir a su estudio
y fotografiar un autorretrato suyo cuya imagen, recuerdo ahora, llevaba un
sombrerito de paja de aquellos finolis de los años 30. Pero no fue esto lo que
me llamó la atención, sino la fuerza pictórica que emanaba de la pastosa y
texturada geografía rostral y que impulsaba a ir más allá de la propia imagen:
a la inquietante personalidad del artista.
Posteriormente, visité
algunas veces más su estudio y, mientras remirábamos los lienzos pintados, no
sé cómo pero empezó a entonar una canción absurda a la que me sumé entonando
unas estrofas de canto gregoriano absurdamente también, pues no tengo mucha
idea de canto. Pero al cantar a guisa de un «cadáver exquisito», no pictórico
sino sonoro, el hecho es que resultaba realmente, o mejor diría,
surrealistícamente bien. En resumidas cuentas, la verdad es que nos lo pasamos
estupendamente y así, nos centramos en contemplar los cuadros recién pintados.
Las veces que traté a
Raúl constaté que estaba ante un hombre de personalidad compleja, enérgica y
visceral, al tiempo que denotaba una gran carga cultural en sus apreciaciones y
juicios.
Ya se ha dicho que de
profesión, por circunstancias propias de la época que en su juventud le tocó
vivir, era militar y que en su trayectoria profesional llegó a estar destinado
en las tropas nómadas del Sáhara, y que seguramente el desierto, por un lado, y
haber estado también destinado en Canarias, donde conoce la obra de Millares
(así como también conocía el arte de Tapies y de Cruz Castro), la cosa es que
todo esto parece influyó en su interés por abordar trabajos plásticos de índole
informalista y en donde la materia áspera de tela de saco, cordeles o retales adheridos
sin duda anticipaban, al menos formalmente, la aspereza, rugosidad y
expresividad de lo que después ha sido su obra más reconocida. Aquellas obras
--de las que hoy apenas se conservan unas pocas-- son las que denominó «su
etapa gris»: eran los años sesenta del siglo pasado. Mas sería en los setenta y
especialmente en los ochenta cuando su creatividad desbordante iba a alcanzar
su mayor esplendor, dando lugar a todo un amplio y variado conjunto de
peculiarísimos autorretratos: tanto apareciendo su rostro en solitario como
rodeado de otros seres y formas, generando unas atmósferas donde el
expresionismo iba a fundirse en una puesta en escena de elementos extraños y
relatos de máxima superrealidad, sustanciándose así en un lenguaje en el que se
asentaba la belleza de lo monstruoso o el delicioso horror --the delightful
horror del que hablaba Edmund Burke-- como noción para definir lo sublime.
El 11 de este pasado mes
de agosto, un gran número de personas asistió a la inauguración La loma del
olvido – El museo del pintor Torrent, en la población conquense de Landete,
rindiéndole un merecido homenaje a su memoria. Pero un homenaje que prescindió
de florituras, ya que se trataba de un reconocimiento a una poética
desarrollada por un pintor que ciertamente requiere ser mucho más conocido,
puesto que, además servir cual exponente biográfico, auténtico y artístico,
pone de manifiesto un modo personal y extrañamente seductor de presentar el
arte de la pintura en letras mayúsculas. Recomiendo, por tanto, vivamente la
visita a este museo.