Por aquí terminan las tierras de Cuenca…
OJOS DE MOYA | Una
mirada al hermoso pueblo de Zafrilla, segundo en altitud de la provincia
©
José Luis Muñoz / Ediciones Olcades Por un poco, Zafrilla no es el pueblo más alto
de la provincia: apenas por treinta metros se lleva el podio de esta incruenta
clasificación La Vega del Codorno, en cabeza del ranking provincial de
altitudes, pero sí consigue un predominio evidente en dos aspectos: la
dificultad de la carretera y el aislamiento.
La ruta que lleva hasta Zafrilla es, como se
decía antes haciendo una gracia, de las que trazó la liebre cuando la soltaron,
y eso es comprensible porque la situación en que se encuentra el pueblo es
verdaderamente atrevida, perdida en un rincón de la sierra de Valdemeca, al pie
de los mismísimos Montes Universales, que cuando estudiábamos -cuando se
estudiaban esas cosas- aparecía orlado de una especie de nimbo misterioso,
derivado quizá de la sonoridad de un título tan aparatoso, como si el mismísimo
corazón de la humanidad hubiera ido a refugiarse en ellos.
En la cercanía, en la inmediatez del viaje,
teniendo las montañas casi al alcance de la mano, la solemnidad del nombre de
este macizo se evapora y queda en su lugar lo que más interesa, entre las
montañas poderosas que, al llegar hasta ellas, pierden su abrumador predominio
para dar lugar a un acogedor valle en cuyo seno tiene asiento el mínimo
caserío, apenas un punto perdido en el mapa, donde no más de un centenar de
personas mantiene la llama de una supervivencia que es demostración firme de
voluntades.
Este es el lugar, dicen las estadísticas, donde
se miden las mayores precipitaciones de toda la provincia y no todas son,
naturalmente, de agua líquida sino también de nieve, que aquí, cuando cae, se
mantiene con pertinaz resistencia al amparo de las condiciones climáticas y
geográficas. Por aquí termina el territorio de Cuenca; al otro lado está ya
Teruel, según la convencional separación administrativa pero no hay que ser un
lince para adivinar que, distinciones aparte, las cosas son muy similares a uno
y otro lado de la raya imaginaria que marca separaciones en los mapas.
Zafrilla debió tener, por lo que uno sabe y más
por lo que adivina, un origen directamente ligado a la ganadería, a su cultivo
y al traslado a través de breñas y cañadas, en busca siempre de los mejores
pastos y las más acogedoras temperaturas. Fue así, sin duda, y lo sigue siendo,
porque aunque las cabañas -y aquí hay de todo: vacuno, ovino y caprino- han
disminuido al compás de los tiempos, aún se conserva una actividad pujante,
suficiente para sujetar en el lugar población bastante para mantener el pueblo
no solo activo sino en muy agradable disposición.
Superviviente de aquellas antiguas rutas de
trashumancia ganadera que dieron pie al ir y venir de miles de cabezas es un
mínimo puente, en algunos sitios llamado “romano”, según pertinaz costumbre de
atribuir a las legiones latinas todas las obras públicas existentes en este
país, pero que en realidad es medieval, como proclama con toda evidencia su
disposición arquitectónica. Construido para salvar el cauce del río Zafrilla,
es una obra sencilla, pero sólida y de una gran belleza, con su único ojo
formado por un arco de medio punto sobre el que pasa la calzada, bastante bien
conservadas aún sus piedras, formando un atrevido ángulo.
Gusto de contemplar, de recrearme, en la visión
de esta mínima pero ejemplar obra, con su centenario tiempo de servicio
público, sobreviviente a los desastres de la incuria humana, que se llevó por
delante, sin piedad alguna, otros ejemplares de la misma naturaleza. Los
puentes antiguos, inservibles en su mayoría, desde un punto de vista de
utilidad práctica, son pequeñas joyas engarzadas en el paisaje, merecedoras de
respeto y admiración por lo que fueron y lo que siguen representando.
Las comparaciones siempre son molestas y por eso
uno debe huir de utilizarlas pero está claro que, dentro de su pequeñez,
Zafrilla es un lugar muy agradable, bien conservado, con algunos elementos
urbanos meritorios, resistentes al empuje del ladrillo contemporáneo. Situado
en la hondonada entre dos sierras, las viviendas se apoyan en la ladera de una
de ellas, dando la cara al levante para recibir directamente el sol mañanero,
reconfortante en días frescos -fríos, totalmente fríos- del agonizante invierno
o en las mañanas tibias de la dulce primavera.