Los viajeros de Guadalaviar, el pueblo trashumante
OJOS DE MOYA | Desde hace siglos, los rebaños se
trasladan a lugares más templados cuando llega el duro invierno de Teruel
En la Península Ibérica
encontramos varios núcleos trashumantes, entre ellos una pequeña localidad de
la Sierra de Albarracín en Teruel llamada Guadalaviar.
Con 242 habitantes
censados, hasta diez familias han comenzado la trashumancia en estas últimas
semanas de otoño. Los hombres, tal como relatan en la revista Traveler
“arrancan de vereda”, es decir, comienzan a caminar con sus rebaños de cientos
de ovejas, cabras y vacas.
Las mujeres, realizan el
mismo camino en automóvil con los niños y la casa a cuestas. Hablar de diez
familias en un pueblo de tan pocos habitantes, es decir mucho.
Desde hace siglos, los
rebaños se trasladan a lugares más templados cuando llega el duro invierno de
Teruel. En el caso de Guadalaviar, miles de ovejas, cabras y vacas se conducen
hasta Vilches y La Carolina (Jaén).
El vínculo entre estas
poblaciones tan distantes es obvio, pues se contabilizan varios matrimonios
entre serranos y mujeres jienenses.
Todo este viaje tiene un
sentido y todas las derivadas que supone hablan de tradición, de respeto
medioambiental y de riqueza etnológica.
La tradición trashumante
del pueblo de Guadalaviar es incuestionable, y por ello hace unos años abrió
sus puertas el museo municipal dedicado a la Trashumancia.
Rebaños, perros y
pastores acostumbrados a caminar más de cuatrocientos kilómetros entre Teruel y
Jaén. "¡Muchos más! –dicen– ¡Los pastores nunca caminan en línea recta:
retrocedemos, salimos a reconducir algún animal, etc!".
Con una media de veinte
kilómetros al día suelen tardar algo menos de un mes en completar el traslado.
Los pastores duermen en tiendas de campaña en lugares frecuentados desde
siempre.
Un camión realiza las
labores de coche escoba, recogiendo a ovejas enfermas o en estado gestacional,
así como pequeños corderos incapaces de seguir el ritmo.
Los animales perciben
dos primaveras y suavizan tanto las altas temperaturas veraniegas como las
bajas invernales. Enferman menos, comen variado, hacen ejercicio: son todo
ventajas. Las ovejas durante el camino comen y van sembrando, las semillas se
transportan de un lugar a otro.
Reivindicando el camino
La vereda, las cañadas
reales que trazan itinerarios de norte a sur de la Península, data de un edicto
real de Alfonso X el Sabio en 1273 por el que se creaba el Honrado Concejo de
La Mesta.
Es una queja constante
de todo trashumante el ver cómo año tras año la roturación de tierras
limítrofes, la construcción de carreteras o la construcción inmobiliaria araña
metros a los caminos por los que siempre ha discurrido el ganado.
Una cañada real debía
tener un ancho fijo de 90 varas castellanas (unos 72 metros). Algunos tramos se
han quedado con menos de la mitad de amplitud. Y ya no hablaremos de los que
forman parte de trazados urbanos, como Madrid, o Ruidera (Ciudad Real).
“El problema es en
primavera –cuentan los trashumantes de Guadalaviar– cuando al regresar de Jaén
el campo está lleno de cereales y frutos. Es entonces mucho más difícil que los
animales no salgan de la cañada real atraídos por la comida. Ahora en noviembre
está todo cosechado y vendimiado, es más llevadero.”
Más que un viaje o una
actividad económica, lo justo es considerar a la trashumancia como un estilo de
vida.